martes, 30 de junio de 2009

Karina

Me gustas tanto, no tengo ni idea de por qué. Espero que den de las once para poder irte a buscar como una sorpresa preparada. Llevo horas pensando en que me invites mañana a desayunar hot cakes o chilaquiles con un huevo estrellado.
Le cierro la ventanita del Messenger a Jenny, que una vez dijo que estaba jodido, porque me molesta que me diga que me gustas porque siempre estoy viendo o buscando quien me gusta.

Pero me gustas tanto. Nunca he escrito dos veces el mismo día en el blog. Que sea una excepción, que se lea que si me gustas. Que encontrarte ayer en Playa no fue por culpa de los mojitos al dos por uno. Ni de las gomas que es una medicina con ron y miel caliente para una tos nieta no reconocida de la tuberculosis.

Me encanta verte. Te lo dije ayer por mensajitos.

La descostumbre

Hasta el final no pasa nada hay que desacostumbrarse, como el cepillo de dientes con vibraciones extraorbitantes al que se le acabo la pila y me desacostumbre a las ondas antes de comprarle una nueva batería.
A todo se acostumbra uno, hasta a no comer; pero puede ser que tu me cuestes un poquito, no mucho, sólo un poco mas de trabajo. Ayudas al desacostumbre. No pasas seguido por la casa, y cuando te busco por teléfono casi nunca tomas la llamada.

Pero ayer estuve en Playa y me estuve acuerde y acuerde de tu voz aguardentosa de hace una semana. Entre mojito y mojito, y una tos que es nieta no reconocida de la tuberculosis me estuve acuerde y acuerde de tus besos y de mis manos en tu cuerpo.

No quiero acostumbrarme a recuerdos, tampoco a Karina que se va en diez días. No se si uno escoge a que acostumbrarse, antes escribía todos los viernes de cubas, noches y pastillas. Me acostumbre a escribir mucho menos y largos periodos de tiempo. A ser irónico y a llorar dos semanas antes de mi cumpleaños. A comer de una y media a dos. A dejar de escribir poesía, a valorar a mis amigos.
Es tiempo de nuevas costumbres, de volver a hablar con mi papa una vez por semana. Acostumbrar a la cabeza a no auto sabotearme, a decir por favor, gracias y sonreír seguido.
La costumbre tiene un lapso de cuarenta días, a ese tiempo ella ya esta acostumbrada