viernes, 21 de noviembre de 2008

La alcantarilla amarilla

Los jueves a las diez de la noche, ya no hay mucha gente sobre Insurgentes, la poca que pasa, la que esta recogiendo puestos o cerrando negocios, se pierde por el efecto de una cruda tardía de cocaína. Es una cruda desierta que no deja que te fijes en nada sólo en el vapor que se levanta de unos vasos de unicel alrededor de una canasta grande de pan sobre una bicicleta a la que le urge pintura.
Veo una ciudad vacía, con rayas de luz roja esporádica, pasando a mi lado. El semáforo lleva el mismo ritmo que mi taquicardia, y la presión que tengo de tanto apretar los dientes hace que pueda caminar derecho. La temblorina en las manos lleva el mismo ritmo que el aire. Me acerco las manos a la cara para quitarme las lagañas y soplarle al frío. La izquierda todavía tiene su olor. Se concentra en dos de los dedos pero se expande por toda la mano. El olor y el sabor son idénticos, un agridulce perfumado que nunca había probado. Una herencia europea, pienso, y vuelvo a olerme la mano. Pero no llega entero, se queda estancado en quien sabe cuanta chingadera que esta perdida en los hoyitos de mi nariz.
Paso cerca del Imperial y la música, me recuerda que se me antojó una cerveza hace dos cuadras, pero recuerdos que llegan como pintados en crayola, hacen que me de cuenta de que los dos últimos doscientos pesos, se los dimos al poli que nos consiguió las tachas. El cajero no me da más lana porque sacamos el máximo, para ir al Sodoma y andar entre billetes y toallas.
Me vuelvo a oler la mano, y me acuerdo de los escalones naranjas y pequeños que hay en su casa. Me siento la ampolla en el pulgar, me acuerdo del té negro a las siete de la mañana. Mordidas de cafeína para sus ojos prismacolor.

Cuando llego a Chilpancingo la ciudad sigue vacía, ya no hay mucha gente sobre Insurgentes, la poca que pasa, la que esta recogiendo puestos o cerrando negocios, se pierde por el efecto de una cruda tardía de cocaína. Es una cruda desierta que no deja que te fijes en nada sólo en el vapor que se levanta de una alcantarilla amarilla, sobre el paso peatonal.
En la estación del Metrobus la espera es mas larga con mi pierna derecha meneándose como loca. Frente a mi un espectacular que anuncia jeans, tiene su nombre en una letras chinas espantosas. Yo llevo mi mano izquierda a la nariz y el camión se acerca con las torretas dando vueltas. El olor es el mejor transporte, el único sin escalas, sin esperas.

3 comentarios:

AC dijo...

Luigi como siempre me encanta como escribes!!!

william dijo...

hola

bueno esta interesante el articulo

un saludo para mati

k por aki se le extraña
esperando k se encuentre bien..!!

Ana dijo...

epale fiestero! :p jaja escribes padre